¡Hola a tod@s!
Hoy os queremos contar con
más detalle nuestro proyecto en Nepal, una casa de acogida en un
barrio de Katmandú. El proyecto empezó en el año 2010, inicialmente con cuatro
niñas, y actualmente conviven en la casa diecisiete niñas con edades
comprendidas entre 4 y 17 años. Nos sentimos muy felices por estos seis años de
andadura, y tenemos la ilusión y la esperanza de poder continuar otros muchos
más.
Las niñas con su uniforme para el colegio |
Desde el principio, nuestro
objetivo fundamental fue mejorar su educación y así proveerlas de un futuro
mejor, para ellas y también para su entorno. Las niñas proceden de familias en
las que ha habido abandono paterno o bien problemas de alcoholismo o malos
tratos. En Nepal sigue vigente el sistema de castas, por lo que las familias
pobres no tienen los mismos derechos que las familias ricas.
El colegio privado al que acuden las niñas |
Desde que son acogidas en la casa, las niñas viven en ella y
acuden a un colegio privado. Por supuesto siguen viendo habitualmente a sus familias,
que se sienten muy agradecidas de que sus hijas puedan acceder a educación
privada y de que crezcan en unas condiciones dignas. Nos ocupamos de su
alimentación, higiene, visitas médicas, material escolar, ropa, ayuda con los
deberes, y por supuesto, de sus ratos de ocio y juego. También las implicamos
en la limpieza de la casa y en la cocina, con tareas acordes a su edad. Para
todo ello contamos con una coordinadora en la casa y con unas voluntarias fantásticas
que nos ayudan en todas estas labores.
Haciendo los deberes con nustras voluntarias |
La casa además se ha ido
mejorando con los años, dotándola de mobiliario, agua caliente, calefacción,
lavadora, frigorífico, batería de luz eléctrica, ordenador y televisión.
Os invitamos a ver este precioso vídeo en Youtube grabado por varias voluntarias en 2013
Queremos compartir con vosotros
el testimonio de una voluntaria recién llegada de la casa, Ana:
“Hola, soy Ana, tengo 24 años y acabo de volver de la mejor experiencia
de mi vida
No se me ha ocurrido una mejor
manera y más clara de comenzar este relato. Quizás lo mejor sea que empiece por
el principio.
Como acabo de comentar mi nombre
es Ana. Soy psicóloga y siempre me ha llamado la atención las nuevas culturas y
gentes. Quizás por eso, después de estar preparándome durante dos años el PIR
decidí que me merecía un respiro. Debía ser algo que calmara un poco la sed que
tenía de nuevas experiencias.
Todo este camino de preparación
lo he vivido junto a mi amiga de muchos años: Julia. Y ella fue quien propuso
la idea de hacer un voluntariado, pensaba que podía ser algo enriquecedor para
ambas y que nos vendría bien ese cambio de aires tan esperado.
Buscamos a través de internet en
varios países, diferentes proyectos… queríamos que fuera algo relacionado con nuestra
pasión; la psicología. Así decidimos que debía ser un voluntariado social, en
el que pudiéramos ayudar a la gente y poner así nuestro pequeño granito de
arena.
Nepal nos llamó la atención desde
un principio. Sabíamos que la situación del país no era fácil debido al
terremoto que tuvo lugar hace ya casi un año. Además, una amiga de Julia había
estado el verano pasado como voluntaria y sólo contaba maravillas de las niñas
y del país.
De esta forma, finalmente, nos
pusimos en contacto con la asociación y cerramos la fecha de ida. El 29 de
febrero teníamos el primer vuelo; no llegaríamos hasta el día 2 de Marzo, pero
la espera y las pocas horas de sueño merecerían la pena.
Y no nos equivocábamos.
Nepal es un país precioso, con
una oferta cultural enorme. Sus paisajes son espectaculares, al igual que sus
ciudades. Sin embargo, aunque todo eso es maravilloso, yo me traigo con
especial cariño a sus gentes.
Los nepalíes son generosos hasta
decir basta. Y eso mismo es lo que más te sorprende cuando estás allí. Un país
que ha quedado devastado por una catástrofe natural tan horrible, mantiene la
esperanza y la bondad en cada uno de sus habitantes.
En el mes que he estado allí, no
puedo decir que en ningún momento haya pasado miedo, o me haya sentido
intimidada. Siempre intentan ayudarte, hacerte la estancia allí más fácil y
agradarte en todo momento.
Pero sin duda, lo más grande que
me traigo es el cariño y amor que me han dado las niñas. Ellas son pura
energía. Desde el minuto uno te acogen sin juzgarte, intentan que estés cómoda
en todo momento y se preocupan por ti como si fueras una más de la “familia”.
Nuestra voluntaria Ana con algunas de las niñas |
Nuestro día a día consistía en lo
siguiente:
Nos levantábamos a las 6:30, para
dar una clase de inglés o español a las niñas de 7 a 8:30. En ese momento ellas
se cambiaban y se iban al colegio. Entonces nosotras teníamos la mañana libre
para visitar Katmandú, acudir a clases de meditación, ayudar en el nuevo proyecto
de alfabetización, etc…
Sobre las 15:30 las niñas volvían
del colegio. Era momento de comer algo para después ayudarlas con los deberes.
Cuando los acababan llegaba mi momento favorito del día: jugar con ellas.
Aquí voy a hacer un paréntesis
para contar una anécdota que describe muy bien cómo es la vida allí y cómo son
ellas. Recuerdo que el primer día cuando tocó la hora de juegos, una de ellas
me cogió del brazo y me hizo sentar a su lado para enseñarme su juego favorito.
Entonces yo, esperándome que sacara una muñeca, unas “cocinitas” o un yo-yo, me
quedé sorprendida al ver que sacaba del bolsillo cinco piedras. Y así, me
enseñó a jugar con ellas. Es un juego en cadena en el que tienes que ir
completando poco a poco pasos hasta acabar en el último. Puede parecer una
bobada, pero a mí me llamó mucho la atención que se entretuvieran tanto con
cinco piedras. Cuando aquí al ver piedras, las apartamos de nuestro camino. Y
además de sorprenderme eso, me gustó especialmente la manera que tuvo la niña de
explicarme el juego, la paciencia que invirtió hasta que a mí me iban saliendo
los pasos, y cómo se la veía emocionada al ver que yo me implicaba en un juego
que era tan extraño para mí.
Y así todos los días… juegos tras
juegos, las niñas y nosotras íbamos cogiéndonos más cariño.
Volviendo al día a día, después
de estos ratos de “recreo” es hora de cenar. Y después, más juegos. Hasta que
llega el momento de irse a la cama.
Puede parecer monótono o
aburrido, pero no lo es. Es un día a día en el que sientes que, aunque sea
“poco”, algo estás ayudando a estas diecisiete niñas.
Para acabar, comentar que los
fines de semana los teníamos libres para poder visitar distintos lugares de
Nepal que merecen mucho la pena (Chitwan, Pokhara, Patán, Chobar, Bhaktapur…) y
que nadie debe perderse.
Creo que de mis palabras se
desprende el cariño que he cogido a estas pequeñas y al país. Pero si cabe
alguna duda, os animo a todos a ser partícipes de una experiencia como ésta. Es
algo que enriquece a cualquier persona, y algo por lo que vale la pena ayudar
económicamente. Sin duda, el trabajo que hace esta asociación es muy necesario,
y sin la colaboración de todos (y de nuevas voluntarias) no sería posible.
Gracias a Sabina, Anita y Ana por
estar siempre pendientes de que nos sintiéramos como en casa. Lo habéis
conseguido.
Ana.”
Muchas gracias Ana por compartir
tu experiencia con nosotros. Si alguno estáis interesados en vivir un
voluntariado inolvidable, os animamos a visitar la sección de voluntariado de
nuestra web.
¡Muchas gracias por seguirnos y hasta pronto!
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